¿Buscas un respuestos para tu auto?

¡Ve al final de la página!

viernes, 3 de agosto de 2007

Un atraco, para variar


Al parecer me quedo aquí en Caracas, al menos por un largo tiempo. Eso pienso yo, y eso puede pensar cualquiera que me conozca al ver que finiquito negocios y cualquier atadura con el oriente, lugar que se hace difícil cambiar. Bueno, este es mi lugar, vivo aquí en Caracas, lugar donde he cultivado una familia; lo que pasa es que siempre por mi mente pasa una aventura y un deseo de vivir al aire libre, quizás al estilo de una casa rodante. Quien sabe... De pronto me antojo del occidente del país y me doy una vueltecita por allá. Mi oficio me da esa licencia. ¿O no? Díganme: ¿a que lugar del país no puedo ir si se me antoja? Bueno...

Lo que pasa es uno tiene compromisos, obligaciones, acciones que realizar para sentirse ser social, como ser padre, por ejemplo, cabeza de familia (otro ejemplo), trabajador (otro)... No se puede andar por el mundo como un maleante viajero, sin raíz que te ate a la tierra. Esa es labor de pájaro que vuela, pero me atrae mucho.

Las mujeres, lo divino de la vida, te hacen la cosa más difícil. Desde que me vine vivo en una permanente orgía de recuerdos: ellas me llaman y me dicen "Ven a buscarme", y yo inmediatamente me sumerjo en el recuerdo de mis operaciones placenteras con ellas. Son varios los cabos sueltos. La colombiana, la catira, la prima, la gordita de Botero, Rita (a quien, finalmente, no pude acostar por razones de tiempo. Ella llama, también, y sugiere...), la profesora, las putas, la chicas, las mujeres casadas, Rosa, en fin... Ya me crearé un ambiente placentero acá; de hecho, ya lo tenía y lo que tengo que hacer es reconstruirlo. Ya les conté la historia de la empleada apurada, con quien me dí un baño de playa en estos días en Los Totumos, Higuerote. Lo que sí es seguro es que cuando vaya de viajes a Guayana me encontraré por allá variadas criaturas dispuestas a ser feliz con esta criatura de las calles. Les confieso que amo en especial el recuerdo de la colombiana, cuyos detalles daré a futuro.

Como les decía, me dí unas vueltas por oriente cortando los últimos detalles para aguantarme definitivamente en Caracas. Trabajé un rato mientras en prensa tenía varios avisos de venta de una propiedad y uno que otro equipo. En la urbanización Río Aro, Puerto Ordaz, 8:30 PM, monté

a un chamo con aspecto sifrinesco: iba vestido con bermudas, zapatos y otra ropita costosa. Me dejé llevar y cometí un error. Me dijo que lo llevara a Villa Africana, y cuando se montó no lo ausculté con detalles. Al rato fue que me di cuenta de que tenía en el rostro dibujado los estragos de una vida hamponil. En efecto, resultó ser un malandrón.

Mantuve la calma, y al parecer eso desconcertó y hasta le cayó bien al pajarito. Como yo, iba de los más tranquilo, es decir, tranquilos, asaltante y asaltado. Mi cabeza maquinaba qué hacer si la sangre fría no funcionaba. Me cambió la ruta a Toro Muerto, lugar de asaltos, pero no dije nada.

-¡Vaya, vaya! -me dijo con voz cavernosa-. Eres un tío resteado: sabes que te voy a asaltar y andas de lo más tranquilo.

-Es el oficio, hermano -le dije mientras revisaba el entorno en busca de una plantilla a la orilla del precipicio de donde agarrarme. Pero no había nada: indefectiblemente lo conducía hacia Toro Muerto, que después podía cambiar a de nombre: Yo Muerto.

Cuando me dijo que tenía una .40 y que si quería verla, le dije lo que se me ocurrió: "No hace falta que la saques, compita: te diré que yo también cargo la mía acá, como es normal para un taxista que trabaja en las noches. Pero estoy sin carga."

No sé si lo creyó, pero se sonrío y no llegó a destapar el armamento que tenía ajustado en una correa a media pierna, bajo la blusa de la bermuda.

-Dále rápido a Toro Muerto -me dijo como si estuviera en su casa hablando con el hermano, echado hacia atrás en el asiento.

Lo llevé lo más rápido que pude mientras le conversaba de la gente que conozco en el área y sobre cualquier otra cosa. Me llevó al fondo de la comunidad, se bajó y sacó de una casa un contrabando -presumo. Al hacerlo pude huir, pero, inexplicablemente, lo esperé unos cinco minutos. Creo que se había apoderado de mí la certeza de que aquel sujeto me resultaría inofensivo. Además la noche estaba oscuramente cerrada y la vía era de tierra, con muchos baches. Una carrera de huida a lo mejor no me iría hacer llegar lejos: otro delincuente que me encañonara por el camino podría practicar tiro al blanco conmigo si no me paraba.

Resulté tener razón: cuando el choro salía de su antro, otros surgieron de sus madrigueras y se dirigían a mí. Entonces el choro se apresuró a adelantarse, desenfundando su arma y apuntando al cielo, gritando lo siguiente:

-¿Qué pasó: este negocio es mío?

Se montó y me dijo "¡Dále!".

Lo dejé en Villa Africana, para donde iba, con su cargamento. Cuando se bajó se asomó a la ventana y me dijo algo que se me restregó en mi dignidad de taxista que presume de cauteloso con las bestias:

-Ten cuidado, huevón, que te pueden hasta matar.

Me sonreí mecánicamente, y antes de arrancar, llevado por una especie de contagio truculento, le pedí que me regalara un cigarrillo de los suyos. Pero después me dije: "¡Cóño, cómo no me di cuenta!" Bajé la guardia un rato en medio una oscura noche, y pude también bajar al fondo de la noche.

1 comentario:

Amgliv Ramírez Pérez dijo...

Verga de verdad que eres bien vergatario, yo soy muy frio con lo malandros tambien y gracias a Dios nunca me ha pasado nada, me encomiendo a el y no le tengo miedo a la muerte.

.

Artículos más recientes

Vehículos: Repuestos y partes online

.