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jueves, 5 de abril de 2007

La gordita de Botero

Profesora ella. Me pidió un servicio hasta Ciudad Bolívar, donde tramitaría unos papeles en la zona educativa. Veinticinco años, tez blanquísima, dimensiones soberbias, es decir, una mujer gruesa pero con sus curvas y un rostro bello. Tetas familiares y nalgas para todos. Le cobré Bs. 150.000 por la mañana, ida y vuelta, esperada y todo, pequeñas diligencias en la zona incluida. De presentación me dijo que tenía un hijo y un marido... cornudito. ¿Me perdonarán ustedes el cinismo?
Bueno, el asunto empezó por ahí, por el marido. Pero ya les diré.
Juro que no tenía la intención de comer mermelada tan temprana; ¡lo juro! Pero se me ocurrió comprar unas cervezas de regreso, con su consentimiento. En la licorería nos tomamos las primeras; en el vehículo, ocho. Pero mientras las cervezas iban transcurriendo, se fueron abriendo las puertas, como es normal con el licor. Yo era un oído gigante. La oí así y asá, parado, recostado sobre el volante, sin pretender seducir a nadie. La veía muy preciosa, pero me parecía de un estilo que no se correspondía con mi gusto. Grande, busto grande, con movimientos descomunales. Me imaginaba que su peso me impediría moverme con libertad a la hora de sembrar la tierra.
Ella murmuraba sobre su casa, su marido y su hijo. Me decía que la vida de un hombre como yo le gustaba, y que si pudiera elegir, nacería hombre, para sentirse libre.
La cosa iba rara. Pasó al Tema, al tema de calor, después de contarme que daba clases en el liceo X de Unare, Puerto Ordaz, y que su vocación era tratar con tarados de pocos años. Que una de sus virtudes era la paciencia. Yo la felicitaba, porque esa palabra a mi no me cabe, tratándose de criaturitas a las que hay que enseñar. Que yo era un pájaro volador y que no me gustaban las complicaciones. Algo así como un taxista con un coeficiente intelectual oligofrénico, como suele la gente creer.
Lo cierto es que hacerte el estúpido con las mujeres, es decir, no mostrar deseo, ni que le interesas, y que más bien eres como un bicho raro, da buenos resultados. Es como si ellas se ofendieran de que haya por ahí un ser vivo capaz de indiferencia con respecto a ellas. Entonces actúan, insólitamente. Casanova, el mismo Casanova hizo demasiados esfuerzos al no enterarse del secreto.
Pasó hablar del marido, del sexo, del sexo con compromiso y del sexo libre. De sus relaciones insuficientes con su marido, y en este punto yo le daba la razón, porque, dado su tamañó, había que tener suficiencia. Luego cayó en un tema medio escabroso, donde se enredaba confusamente. Parecía no conseguir cómo transmitirme que su fantasía era que una mujer la poseyera con una hombruna virilidad. Me dijo que hubo un hombre antes que su marido, y que, si bien la penetraba magníficamente, de resto era una bestia, no resistiéndolo una mujer de su delicadeza. En cambio, el marido actual era bueno bueno como un santo, y que por momentos llegaba a temer convertirse en una mujer de esas elegidas, con un vientre sagrado, parturienta de algún mesías. Le aburría, pues.
La cuarta cerveza fue demasiado para su temperamento exicitado dentro del vehículo. Puso su mano jovialmente en mi pierna, de modo tal que yo, siendo mayor, me sentí un chavalo ante el gesto. Allí dijo que sí, que le encantaba mirar las escenas de mujeres entijeradas, y dijo que su marido la censuraba. Preguntó, apretando su carnosa mano en mi rodilla, qué cómo la veía yo, me refiero, al asunto, que qué le parecía, que si yo no tenía una fantasía que le contase. Respondí que era una página en blanco, y que me parecía demasiado interesante lo que oia.
Me pidió que bajase la velocidad, de modo que tardáramos lo más que pudiéramos para llegar a Puerto Ordaz. Me preguntó que si ella no me gustaba, y me lanzaba miradas de becerro amansado. Vaya, la tenía buena una vez más en la vía, pero ya no me sorprendo, lo digo sinceramente y sin ánimo de jactancia. La tías ya me parecen hombrunas de tanto que atacan a los hombres.
Después de preguntarme si sabía besar, me pido una prueba. Como pude, lo hice. Metió la mano en mi entrepierna y yo hice lo mismo, pero la retiré rápido. Aquella fémina de Botero estaba que ardía. La bese. Ella no se descamisó pero sí saco sus enormes tetas al aire libre para que yo las disfrutara. Le dije que no había hoteles en la vía a casa, pero en el fondo yo no me hacía a la idea de pisar aquella pollota, o viceversa.
Diré la verdad, no me sentía atraído por la muñecota. Ella me tocó, yo la toqué. Me besó, la besé. Le dije que la deseaba, y ello lo hice como por costumbre. Al fin del cuento, yo sabía que no iría a descubrir por el camino un lugar decente donde hacerle el amor, y ello me tranquilizó.
Pero aquella figura de Botero, como dije, tenía otra idea. Antes de llegar a la alcabala, me preguntó:
-¿Crees que acabes, si te lo beso, antes que lleguemos allá?
Yo, taxista ignorante, dije "No sé". Ella se afanó sobre mis piernas un rato, después del cual le contesté:
-No lo creo -deteniendo el vehículo-. Todo esto es demasiado para mí. Dame más tiempo.
Fue una buena experiencia, muy fuerte, más de lo que esperaba. Así es la vida. Tuve la particularidad de vaciar mis entrañas una primera y segunda vez.
Naturalmente, y esto lo aclaro: me pagó los ciento cincuenta mil y me dio cita para el fin de semana. El trabajo nada tenía que ver con los placeres. Supongo que es una de esas especiales criaturas que consiguen placer dándolo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hemos incluido su direccion web en el apartado directorio web de www.soytaxista.com por considerarla interesante.

Esperamos contar con su participacion en nuestra comunidad.

Un saludo amigo y gracias por el material de este blog, es muy bueno.

Administrador soytaxista.com

Juan Taxista de la Calle dijo...

Gracias, al fin y al cabo uno relata sus experiencias para que la lean. Ya ví su site, pero no encontré la zona "Directorio". Pronto me registraré como usuario para echar un vistazo a su sección "Nuestras historiestas", la cual podría linkear en una de las secciones de la página. Un saludo.

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