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miércoles, 22 de agosto de 2007

Una historia que toma forma: Mariú

Hola, amigos. Para justificar mi ausencia, diré que he estado de vacaciones, como corresponde con este mes de agosto, aunque he dado una que otra vueltica por allí.
Me ha ido promedio, no tan resuelto como cuando he trabajado en cualquier otro lugar fuera de la capital. Pero se hace el intento.
Les dije en la historia pasada que le contaría una aventura con una damisela colombiana, de primera; pero me voy a permitir reservar la historia para una ocasión posterior. Los recuerdos con esta chica me persiguen como si fuera un jovenzuelo enamorado.
Hoy le referiré un dato curioso: de cómo el saludo a una chica en el vehículo, una conversación sencilla, se transforma en toda una historia. Finalmente, me he quedado a dormir en la casa de una mis pasajeras. ¿Qué tal? Aunque ya eso ha ocurrido.
Ya les referí cómo fue que se dio la acostada con Mariú, la chica apurada. También les referí que contansen con ella como argumento de mis futuras historia en este mi blog-taxi ambulante.
Lo cierto fue que la llevé a su casa, en un lugar alto de Catia, un día cualquiera de la semana. Cuando ya me venía, me preguntó que si no la podía llevar por la vía de Coco Frío, via hacia el Junquito, altura la Yaguara, a hacer una pequeña visita a no sé quien.
Lo hice, pero en subiendo, al intentar rebasar a un autobusero de pasajeros, caí en un descomunal hueco que me reventó el amortiguador delantero, lado del chofer.
Me detuve por rato a la derecha, revisé, constaté que sí, que se había reventado el amortiguador, pero no era mal de morirse porque el vehículo podría andar tranquilamente. Compre dos friítas en una venta de los costados y todavía no me preocupaba por el hampa porque el área estaba muy movida. Le dí una a Maríu, y conversé con ella, diciendolé que no podía continuar, que me daba chance regresarla apuradamente a su casa porque el vehículo había quedado delicado.
Al retornar y ver que yo le contaba que era necesario que me fuera rápido, ella decidió abrir su enigmático corazón y mostrar su parte hospitalaria: me ofreció su casa para que me quedase y el estacionamiento de un vecino de confianza que solía estar vacío para el carro. Me hice el difícil, y le pregunté si no había problemas con el hombre que me había dicho tener. Me respondió que guardara el vehículo para luego hablar y contarme algo.
Y la historia fue simple: no tenía ningún marido sino una hija de doce, y yo, el taxista aventurero, podía a ir su casa las veces que yo quiesiera, quedándome con ella, inclusive.
"¡Nooo! -me dije- Esto está bueno!"
Así fue. Pasé la noche en una planta baja, limpia, perfectamente conservada, acostado en una cama con un edredón bien calientito para el frío, y, por supuesto, con un lado de mi pecho o brazo pisado por una divina cabeza femenina. Esta vez nadie estaba apurado. Pude hacerle el amor pausadamente, como bien se corresponde con el mejor placer. Esta vez examine sus senos, más pequeños de lo que ordinariamente uno se los imagina cuando la mira vestida. Pezones grandes y cuerpo musculosamente conservado. La chica estaba en la línea.
Cómo es logico, cené y luego me dedique a tomarme unas cubalibres. Saqué una botella que siempre cargo en el maletero del vehículo.
La cuestión es que la mujer resultó ser una chica buena, trabajadora, responsable, buena para un hombre que no sea tan volátil como yo. Me contaba historias de compañia masculina quizás de modo defensivo, o para presumir una vida familiar funcional.



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