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miércoles, 5 de septiembre de 2007

Historia de la pasajera engañada y otras menudencias

Bueno, este taxista se ha hecho amante habitual de la una de mis primeras clientes desde que retorné del Oriente venezolano. ¡Qué remedio! Me he convertido en un cerrícola a carta cabal, y lo digo sin intención peyorativa. Subo y bajo el cerro; duermo por allá y hago el amor sobre la bendita colina.
La cosa se me ha complicado un poco, pues me resulta difícil en medio del agobio de la ciudad repartirme en las tres partes que son mi vida: el oficio, mi casa y la aventura, esta última, como se comprenderá, no puede tener un sentido permanente, pues se desvirtuaría en su esencia.
De modo que pienso que mi amiga Mariú pasará a la historia, queriendo decir con esto que no puedo ser compañero habitual como ella propone, sino ocasional, como yo digo. Por eso me urge conocer lo más rápido posible más y más criaturas, de forma tal que no surja la tentación de dejarse devorar por una. Si mi potra no aceptara mi "aventurera" propuesta, confieso que yo lo lamentaría bastante, pues allá arriba, con muchos frío y ella al lado, y su acrobático modo de hacer el amor, se la pasa uno de maravillas. Y, por adelantado, dejo claro para los criticones de siempre que no soy machista , soy taxista.
Respecto al intento de ampliar el espectro de amigas, ando en eso. Dos muñecas más alborotan la tranquilidad de este trabajador del volante, que últimamente, a juzgar por el contenido de sus post, parece un casanova. Pero que se hace.... La calle es salvaje y el anonimato de mi humilde oficio estusiasma a muchas a abrir las piernas sin muchos contratiempos. Una es la "profe" en Guatire y la otra, otra "profe" pero en el Junquito. Esta última esta rebuena.
Recuerdo que hace unos años llevando una moza a su negocio en Bellas Artes entablé una rápida y sexual relación con una mujer que, aparte de estar siendo traicionada por el marido, también estaba siendo robada por éste en su empresa en conchupancia con la empleada. Era muy hermosa y lucía una vestimenta full de elegancia. Ella se deshizo en llanto en el vehículo y no fue capaz de bajar del vehículo cuando llegó a su destino. Me vi precisado a asistirla, movido por una sincera solidaridad humana, sin atisbo ninguno de aventura en mi mente, por si acaso me lee un mal pensado por ahí.
Me devolví, pasé de nuevo frente a Parque Central por la Av. Bolívar y me fui con ella hacia el Ateneo, allí donde está el Museo. Paré el carro por ahí y caminé con ella un rato por el Parque los Caobos. Ella me había anunciado que me contaría su historia por que yo, yo... era un taxista, y probablemente nunca mas me vería. La escuché durante toda la tarde, hasta que finalmente se calmó. Me dio las gracias y me ofreció pagar la gentileza con un trago, si yo quería, hacia la zona de la Ciudad Universitaria, donde ella se sentía más cómoda y por donde se quedaría. Recuerdo que yo, en la medida en que ella dejaba el llanto, volvía a mis pensamientos de andar en cacería, pues la veía terriblemente hermosa y delicada para mis toscas manos; sin embargo puse un grano de malicia de mi parte y sugerí la tasca del Hotel El Paseo, frente a la Universidad Central. Resultó que en el Hotel nos quedamos, así, sin mucha preparatoria ni cortejo, sintiéndonos felices y extraordinariamente unidos, como si fuéramos el uno para el otro, amantes descubiertos por el azar, con efluvios de alcohol hasta en la cédula. Por un tiempo nos seguimos viendo y hasta que ella tuvo que viajar a Italia, perdiéndole el rastro.
Cambiando el punto y hablando algo del oficio, digo que he cambiado bastante la modalidad de trabajo, experimentando en el día (me puse "culilludo" con el último atraco) y trabajando en las periferias para no complicarme con el tráfico, que como ustedes saben no lo aguanto.
Así, siendo muy selectivo con mis pasajeros, ando por la ciudad como si paseara, llevándolos hacia lugares menos complicados. Por supuesto, hay menos cobres, pero mi salud mental gana bastante.
Varios me han propuesto que les trabaje como transporte, pero eso es algo que tiene reglas y no pega con mi modalidad. Llevar y traer el muchacho al colegio, buscar al dandy en el politécnico, esperar mientras una tía se maquilla para ir al bingo... ¡Qué va! Tengo una opinión: es un servicio que nunca pagan en su costo, sin contar que resta libertad. Pagan mensual, y si dividimos el monto acumulado por las veces en que el musiú es buscado en su casita, la cifra de verdad que da risa; pero la mayoría de los taxista se deja seducir por el monto total al mes.
A mi no me cuadra. Ir a buscar a un vejete a San Bernardino, por ejemplo, me sería pagado como si hiciera un solo recorrido, pero la verdad es que hago el ida y vuelta. Por ello me quedo con el sistema del pasajero al azar: lo tomo donde quiera y no me atoro tratando de llegar a horas pactadas. Lo único que tiene reglas y que yo acepto gustoso son las tías.




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