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martes, 8 de junio de 2010

La tristeza de un donjuán

Vejez e impotencia Ayer sentí consternación por un tipo como de 55 a 60 años, pelo blanco, bajo, contextura delgada, con aspecto algo cansado, apuntando ya a hombre mayorcito.

Me detuvo en la avenida Urdaneta, a golpe de 3:00 PM, por ahí.  Iba al Pérez Carreño con cierta urgencia porque a un nietecito (9 años) se le fracturó una mano por causa de una caída en la calle.  Le cobré BsF. 50, pero regateó, como siempre hace la gente (hay que cobrar caro, siempre pensando en ese mal hábito pasajeril).

Después de hablar de huesos rotos y niños un rato, y después de yo comentarles mis incursiones en la emergencia de ese temible hospital, empezamos a hablar de mujeres.  Es el tema clásico para hacer la carrerita más corta, aunque estemos conscientes que son cuentos de la calle, las más de las veces fantasías humanas, guisos de la imaginación.

─Ayer me pasó algo arrecho ─me preparó.

Ya yo le había contado caóticamente una aventurilla que tuve con una estudiante a la que me llevé a la playa y cuyo marido ahora me jode con sus mensajes llamándome al teléfono.  Dizque ─amenaza─ me matará, que me tiene ubicado y que sabe que le comí una fruta que era de su pertenencia.  Hasta mandó a otro a que me mande mensajes...   Pero no es mi cuento.

─Trabajo y tengo personal a mi cargo ─continuó el antiguo joven─.  Tengo una oficina ahí mismo en un edificio residencia cerca de donde te abordé.  Conozco mucha gente del edificio, hombres y mujeres.  Con varias de ellas tengo confianza, es decir, les echo vainas y me río mucho con ellas.  Un día una de ellas (morena, con un descomunal culo que te pone a temblar) me dijo “Martín, préstame BsF. 200”.  Yo le miré la cara y (te lo confieso) el culo también, y no pude evitar decirle, entre las risas de confianza que con ella tenía, “¡Gánatelos!”  Se me quedó mirando, como midiendo mi cara y lo que acababa de decirle, hasta que respondió:  “Tu vas a ver que me los gano”.

Mientras el hombre contaba su historia ocurrían muchas cosas que interrumpían su narración:  un motorizado haciendo de las suyas por allá, una mujer despampanante cruzando por acá, un fiscal mirándonos, una luz de semáforo que si en verde o amarillo.  En particular, un lunar carnoso, marrón, que saltaba sobre su labio superior, tendía a distraer la historia que contaba.

─Pasaron los días, dos, para ser exactos.  Una tarde como a las tres me toca la puerta de la oficina.  Voy y abro y (¿a qué no adivinas?) ¡sorpresa!  Era la “negra”.  Estaba arrechísima de sexy, vestida con ropa insinuante, apretada, tipo licra.  Tenía el pelo recogido.  Algo así como una mujer cuando sale a hacer ejercicios o a caminar, informalmente.  De inmediato, casi sin mirarme, después de haberme dicho “Hola”, cerró la puerta con el pasador, me indicó que me fuera a mi escritorio y, después de dar una vuelta para mostrarme su nalgas, se bajó del todo los pantalones y pantaletas hasta el suelo.  Seguidamente se sentó estirada sobre el asiento rodatorio y con brazos que tengo frente a mi despacho, y brotó lo más que pudo el arbolito de vellos de su totona, con las piernas apretadas.

“Me quedé en una pieza ─continúa el hombrecito─.  Y, como yo dudase en salir de mi asombro, se dio la vuelta sobre la silla giratoria y me mostró una intimidad oscura y trasera que me puso a temblar más.  El corazón se me aceleró.  ¡No joda, me excité fuertemente!  Fui hacia ella y la empecé a besar.  Le mordí la entrepierna, aunque no se dejó tocar las tetas ni besar en la boca.  Se puso a cuatro patas, se abrió.  Se retorcía como si hiciera un teatro... En fin, eso estaba aguadito cuando yo lo tocaba, listo para la acción...  Pero yo no me podía concentrar.  A cada rato sentía que me tocarían la puerta, que me llamarían por mi nombre, que se presentaría un problema en las instalaciones.  Hasta que exploté y se lo dije...”

─¿Y qué pasó?  ─le pregunto, después que se me queda mirando como para descubrir el efecto de su historia en mí y poder luego continuar.

“─¡No joda, negra, así no puedo! ─le dije─.  Vente otro día a otra hora.  O vamos a un hotel...  Hay mucha gente y tensión por aquí”

Y así terminó su historia, aunque a mí no me cuadraba nada.  Sabía que no estaba completo el cuentito y que el hombre no lo había relatado con sinceridad, escondiendo un punto doloroso para su hombría.

─Claro ─le digo para condescender con él─, es difícil con tanta tensión que uno funcione.  No todos, pero muchos hombres requerimos de gran tranquilidad para hacerlo...

Entonces me lancé con una gran mentira que me había ocurrido a mí con una muchacha de 22 años (tenía que completar la verdad de ese cuento mocho), a quién intenté hacérselo detrás de la puerta de un baño en una casa de familia, con el resultado de que no pude, porque no se me paró, porque había tensión, porque estaba apurado...

─Era una fiesta, estaba terriblemente excitado, pero tenía miedo de que el marido o alguien me descubriera.   Esa tensión jode y uno no funciona... ─mentira, todos sabemos que esa tensión gusta, es la procurada en el sexo rápìdo, muy especialmente por los hombres.

─¡Eso fue exactamente lo que me pasó! ─cayó el viejo─:  ¡No se me paró, compadre!  Me dije “Vaina, ¿qué pasa?”; la mujer estaba muy rica allí, abierta delante de mí, yo estaba engrasado de su rico sabor a cuquita... y nada.

Fin de la historia.  El hombre había confirmado su ingreso ─me dije─ a la lista de los viejitos que le hacen el amor a las mujeres sólo mirándolas, incapaces de un más allá.  Las tocan “accidentalmente”, las huelen, las miran extasiadamente...  Tal es su acto sexual, es decir, el acto sexual en la tercera edad.  La mayoría de esos señores termina siendo fetiche.  Bueno..., no hablo mucho..., todos vamos para allá.

Para terminar de saciar mi curiosidad, le pregunté al don si le había pagado los doscientos bolívares que ella le había pedido y me dijo que no, que la negra se había arrechado, y que él trató de invitarla otro día para un hotel y ella le dijo “Ya tu perdiste el chance conmigo, y ya no estás para eso, viejito”. En ese momento, cuando pronunció esa lapidación de palabras, no lo quise mirar, aunque sí sentí como su lunar tembloroso esperaba que lo hiciera.

Como ven, es una historia tristona para un donjuán.  Sentí conmiseración por el señor cuando lo dejé en el Pérez Carreño.  Le cobré BsF 45, y, cuando se bajó, en una burla loca de mi imaginación, sentí el impulso de bajarme y correr a ayudarlos a bajar, es decir, a ambos, a él y su cadáver (ja, ja, ja), no vaya a ser que se lesionen en el ínterin.

Ustedes sabrán perdonar mi humor negro, pero díganme ¿con qué otro estilo puede escribir un hombre, taxista como yo, aventurero, que sabe que en cualquier momento se puede morir en la calle?  Acuérdense que ejerzo uno de los cinco oficios más peligrosos que hay, entre periodistas, bomberos, policías y otro que se me escapa.

2 comentarios:

DINOBAT dijo...

La vida y sus tretas...

Oleg dijo...

ого какая история...

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