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miércoles, 22 de abril de 2009

Del aventurero aprisionado por la presa, por los momentos… Algo sobre mi.

Sí, ya sé, es fácil adivinarlo; se preguntan qué es lo que pasa conmigo, que escribo poco ahora, como dijo un comentarista en el chat.  “El carajo se estará llenando” –no faltará quien lo diga, aludiendo a la manía de puro trabajar y no dejar tiempo para el ocio que se figuran ocurre conmigo.

Pero no es así.  Ya sé que los ricos están completos y yo, por favor, con mi humilde trabajo no aspiro a tal.  ¡Por favor!  ¡Y menos trabajando diez u ocho días al mes, lo cual apenas me deja, sólo por concepto del vehículo, unos 3 mil BsF.!  ¡Por favor!   No me ofendan.  El dinero para mí, para hombre tan aventurado en tan aventurado trabajo, es una pura herramienta de momento presente, sin propósitos de atesorar nada, dado que mañana pudiera amanecer en mejor vida, encunetado en cualquier sitio.

Es la verdad.  No me gusta guardar ni pensar en el futuro.  No soy nada altruista en tal sentido, es decir, no ando por allí asegurándole el futuro a nadie más allá de lo estrictamente necesario.  No vaya a ser que me pase como a los piratas en tiempos pasados, que saqueaban (era su trabajo) y luego se iban a una isla a guardar el botín en un sitio encontrable sólo a través de un mapa, para morirse luego como unos huevones.  ¿Tiene sentido?

Yo uso el dinero presente para dos cosas, una egoísta y otra altruista:  primero para mis gustos, que ya todos los conocen (por cierto, dejé de tomar ron y ahora bebo whisky, aunque me siguen gustando las morenas); dos, para mis descendientes, para quienes soy lo suficientemente machista como para no declararme incapaz de atenderlos. (Aclaro: no mantengo (lo que se llama mantener) a ninguna mujer, ni a la propia ni a las aventuriles más allá de la aventura. Mis compañeras trabajan y ganan su dinero).

Lo demás, es decir, dinero y tiempo que sobren, se me va en más aventuras, en tratar de ser feliz con el aire libre (ese mismo que te da en la cara mientras el vehículo está en marcha), a sabiendas que ¡pum! la vida se acaba en cualquier momento.

Conozco muchos que han ahorrado y han dejado sus haberes para otros; conozco muchos (¡y cuántos!) que se han portado excelentemente como maridos y ¡zas! su mujer me invita a que le haga una “carrerita” sobre la cama.  También conozco a muchos hijos de putas que tienen una suerte de los mil diablos, con mujeres limpias, suerte con el dinero y otros macundales que la vida tiene a bien darte.  ¡Para santo un convento, para diablo la calle!

No diré que pertenezco a este último grupo, dado que no tengo la prueba científica de que mis mujeres (ojo, las legales) no me hayan hecho la jugarreta con otro vagabundo taxista de mi gremio.  Pero, caramba, te digo, que casi me atrevo a perder una mano si se tratase de una apuesta.

Lógicamente hablo de mis chicas de vida, compañeras, dos, en los actuales momentos.  Las otras son materia de diversión en la calle, en las playas, en los paseos extra-urbanos y lo infinitos hoteles (con calma, sé cuidarme de las enfermedades y me presumo de tener suficiente ojo para oler situaciones que no valen la pena, es decir, el gusto).

Y bueno, a propósito, si querían que les dijera algo de mí, les digo eso:  llevo hoy una vida doble, con dos compañeras ahora digamos “legales”, la última de quien le he hablado (una pasajera ¿recuerdan?), la misma que ansía un embarazo, y la de siempre, de quien –por supuesto- no les soltaré una flor.  ¡Ajá! Se imagina que si fuese una magistrada o política de altura se los iba a decir. ¡Que va!

Para suplir semejante tren (para atender a la “otra”, me refiero) he acoplado el horario a ocho o diez días al mes, como les he dicho, hecho que me hace confesar que todavía no me canso tan rica criatura, y cosa que sé que indefectiblemente ocurrirá, aunque no creo que me vuelva a dilatar tanto con una tan deliciosa pasajera. 

La vaina es que ahora resulta que son dos mis dolientes que no quieren que trabaje con el taxi, porque dizque me voy a morir de un momento a otro.  Pero no hago caso.  Mis oídos se han sellado a las palabras, del mismo que a las vicisitudes de las calles: el ruido, las groserías de los de más conductores, etc.  Es mi oficio, mi modo de vivir, y punto, del mismo que se era navegante, aventurero o pirata en el pasado.  Simplemente manejo.

Tengo la esperanza de volverlos a ver pronto, estimados lectores (si es que tengo uno, aunque sea uno). Estoy intentando organizar mejor mi tiempo para poder referirles mis experiencias. Siempre hay algo que contar. Estoy pensando en comprarme una computadora portátil para, mientras me paro por allí , referirles las aventuras de la calle. Ya hablaremos.

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