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lunes, 2 de junio de 2008

Una de policias, transformistas y farándula

¿Qué les pareció?  Ahora me metí a adelantador de decisiones gubernamentales.  ¿No les venía hablando de que los motorizados se han convertido en una especie de plaga citadina?  Antes éramos nosotros, los taxistas, los bichos rudos de la calle; ahora son ellos, suertes de voladores mosquitos que saltan por aquí y por allá sin respetar a nadie.  Les dije que había presenciado cómo uno de ellos había atropellado y muerto a una doñita que iba con su nieto cruzado la calle, con luz de paso para ella en el semáforo.  También les hablé del magnífico trabajo que estaban haciendo los fiscales en el Municipio Libertador, donde acabaron significativamente con la trancas, pero a precio de arriesgar su pellejo ante el hampa.  Les decía que trabajaban solos, sin armamento, sin apoyo policial, sin el respeto debido como autoridad por parte de los peatones, buseteros, taxistas y, especialmente, motorizados.

¿Y saben qué? Los tipos −los motorizados− han terminado convertidos en algo peor que plagas ciudadanas:  ahora asaltan a los fiscales, les quitan los celulares, abusan de ellos, les tiran tubazos, los intimidan de cualquier modo sólo por el hecho de que les cortan la inspiración de andar jodiendo a la ciudad con su atronador desorden infractor.  ¡Es un colmo!  Ya decía yo que el trabajo de estos señores, así solos como los zumbaron a trabajar, sin apoyo policial, había sido una brutalidad.  Tienen que trabajar en conjunto con funcionarios policiales; tienen que estar acompañados de una unidad motorizada para meter en cintura a los abusadores motorizados.  El problema del vandalismo motorizado se resuelve con unidades fiscales o policiales motorizadas.  Por ello, comisario del Cuerpo de Vigilantes de Tránsito, póngase las pilas y diseñe un método móvil de apoyo a esos tremendos trabajadores del tránsito que están en las calles.  Ese cuerpo móvil debe ser capaz de alcanzar al infractor aunque se lance en huida hacia la autopista Francisco Fajardo.  Autoridad y orden  son una sola cuestión.  Usted, lector, vea la noticia en "14 fiscales han sido robados por motorizados en tres semanas"

En fin, no me extraña que de tanto andar nosotros los taxistas en la calle detectemos los problemas.  Lo que pasa es que perdemos la capacidad de asombro y los problemas terminan siendo como los pasajeros, el pan nuestro de cada día.  Sabemos de política, de farándula, de damiselas, de motores, de la humanidad en general.  Claro, en nuestros términos específicos de bruscos hombres de la calle, come carreteras, suerte de esponjas de la eventualidad exterior citadina, aventureros de las siete plazas −y de las siete putas también−.  Yo, en particular, tengo anécdotas diversas, si vamos al caso; unas de políticos −que ni a balazos cuento−, las de mujeres −que son mis favoritas y que son las más de este blog− y las de farándula, de las que ahora mismo me viene a la mente una anécdota.

Imagen tomada de evisos.comEl otro día tomé en la Av. Libertador a un pajarito de esos que vuelan con las plumas de atrás.  Me pidió que lo llevara con urgencia hacia Parque Carabobo, dizque porque había olvidado una herramienta de trabajo.   No me imaginé qué era.   Durante el trayecto, después de hablar del trabajo −cosa que yo oigo con la mayor naturalidad porque así se inspira confianza al que habla−, empezó a soltar prendas, sorprendentes vivencias de estos hombres que viven como mujeres, cobrando por favores sexuales y venta de placer.  Mi transformista habló y echó pestes de la Policía Metropolitana hasta el cansancio, diciéndome que eran azotes, que le tumbaban el dinero que tanto sudor de atrás les costaba, que se los llevaban y los asustaban... que los odiaban.  ¿Para que más insultos?

Tal situación los había llevado a hacer unas triquiñuelas, como esconderse el dinero en el trasero, justo ahí adentro, para que los funcionarios no se lo quitaran.  Pero ni así se escapaban −me decía−, porque los obligaban a desnudarse y a agacharse para la requisa, como hacen con las mujeres en la cárcel cuando buscan drogas.  Ni un billete se salvaba.  Yo me dije "Bueno, sos gajes del oficio, así como cualquiera".  Lo veía de arriba abajo, con sus uñas arregladas, su extraordinaria cabellera, su maquillaje, y me dije que tal indumentaria era su uniforme de trabajo, al tiempo que su parapeto para su perversión sexual, cosa con la que no meto, pero que miro con ojos asombrados.

Le pregunté sobre el dinero y obtuve algunos detalles.  A los policías hay que darles su mesada cada día que se trabaje, porque de otro modo no se logra el "permiso".  Me dijo que a veces les quitan millones cuando los agarran juntos.  Me dijo que un cliente oscila entre los BsF. 300 y 500, pero que veces con los regalos de los viejos ricachones, se redondean los 1500.  Tienen sus clientes, saliendo también a veces favorecidos por el azar.  Me habló de otras tantas perversiones que no vienen al cuento, por lo hoscas e incómodas para algunos.

En fin, me soltó una prenda sobre un conocido actor de televisión que trabaja en XXX, uno de sus clientes favoritos, quien "la" busca semanalmente para complacerse porque se siente acuciado por la esposa, a quien tiene que "cumplirle".  Me reí bastante, primero porque el transformista incurrió en el lugar común de decirme que me contaba el secreto porque era un taxista y nunca más me vería −cuento que ya me parece técnica de los pasajeros para soltar el buche−; y segundo, porque el actor en cuestión es admirado de una compañera sentimental mía.  Todavía me acuerdo y me río.  ¿Qué qué hacían el galán y el transformista?  Bueno, primero uno y después el otro, y a veces trencito...  Mejor no digo más porque no es mi especialidad.

Les cuento que cuando me fue a pagar puse cara de asombro cuando vi el billete, pero en el acto el tipo brincó y me dijo "Tranquilo, que no me saqué de allí".  Seguí riendo.

Hablando de mí, de este taxista aventurero, las novedades son las mismas de siempre, cosa que −como se ve− ya no es novedad alguna.  Más bien rutina.  Distribuyo mi placer entre tres domicilios, por los momentos.  La andina, Mariú y mi otra compañera.  Sólo así puedo continuar, si aburrirme, este oficio que llaman vida.  Sigo en deuda con ustedes −si es que tengo lectores por ahí−:  hace un tiempo les dije que tengo que irme a Guatire a buscar a otra catira que tengo allá, por ahora abandonada.  Ella sería la variación de mi situación actual.  La salida de la rutina con las tres chicas presentes.  El papagayo un poco más complicado, pues, como a mí me gusta.  Ya les contaré cuando haga el intento:  la idea se me ha convertido en una fijación para la cual no he tenido tiempo.  Pero ya llegara.

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