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miércoles, 16 de julio de 2008

Un día de trabajo bajo la lluvia y los maravillosos pasajeros

Imagen tomada de Google Imágenes Ayer cometí una falta.  Lluvia lenta en la ciudad, tráfico congestionado, pasajeros con dinero en el bolsillo, intentado convertir un día martes en una fiesta, a pesar de los signos adversos de la tarde.  Era día de paga. Fresquito, saliendo del estacionamiento, tomo desde el centro una pareja hacia La Vega, quien venía molesta porque el anterior taxista pretendió cobrarle BsF. 40, dada la lluvia y las colas.  Me preguntan y pactamos por 30.  Se montaron corriendo y ya a poco trecho me dije no que la carrera fuera barata, sino que no debió hacerse nunca.  Había cola en la cota 905, llegando a la entrada de La Vega y en La Vega misma.  Llegaron hasta la PTJ, por la vía principal.   (Nada más faltaba que los llevara hasta su casa, allá en el nº 514 de la curva del diablo, después de 102 escaleras, por la módica suma de BsF. 30, y una probable rebaja de 5).

Después me fui hacia la avenida Páez del Paraíso, con el ansia de quien quiere ver un claro en medio de la barahúnda vehicular.  Y en efecto, fina estaba.  Allí tomé una parejita hasta el Sambil; BsF. 40.  No se lo podía creer, como yo tampoco me lo quise creer después que pretendiera yo mismo llevarlos hasta ese lugar endiablado.  Era otra de esas carreritas que no se hace.  Todo hueco estaba tapado.  Los estudiantes habían trancado la Plaza Venezuela con unas protestas.  Era la hora de lucifer citadina.  Y me dije:  "Definitivamente, Juan, hoy no te bebiste el café acostumbrado para despejar el cerebro, pequeñito hoy".  Cuando no falla el automóvil, lo hace el chofer.  De sobra estoy alerta contra estos descuidos y, sin embargo, véase cómo cae uno en la rutina de los descuidos.

Pero lo que vino fue mejor, ya con una dulce ironía.  Después de dejar a los culones que iban al Sambil en Plaza Venezuela (no se aguantaron la cola en la avenida Libertador y pelaron por el Metro), me di de frente con una doncella que iba súper apurada.  Me rogó que me detuviera.  Me instruyo para que la llevara al Helicoide en tiempo record.  Su desflorador la esperaba ahí en la sede de la Disip y al parecer no tenía mucha paciencia.  Me contaba por el camino que en su trabajo se enredó con el maquillaje y que por eso iba tarde.  Que nosotros los hombres éramos una plaga de impaciencia. La detallé a la pájara, y estaba rebuena, pero no tuve pensamientos donjuanescos porque iba ella en afán de amor, como se ve.   Le cobré BsF. 25, desesperado ya por hacer un viaje sin colas, o por lo menos más aliviado, o con destino más cercano. En fin, por alejarme de la candela del trafico.

Bueno, llegué frente a la UCV, me comí una flechita que hay allí en la Plaza de las Tres Gracias y me salté una monstruosa cola de la avenida Roosevelt; salí hacia la altura de la iglesia San Pedro, accesando el túnel del principio de la avenida victoria y ¡pum!, ya había llegado.  La bella chica quedó encantada; pago con BsF. 50 y no esperó cambio.  Salio volada de mi unidad, prodigándome una sonrisa preciosa de agradecimiento.  "El cambio es suyo".  Tardé 10 minutos, de modo insólito.

Seguí dando vuelta, pero deplorando de tanto pasajero miserable que uno se consigue en la vía, comparándolos con capítulos sabrositos como éste último.  Con pensar que la parejita que iba al Sambil o a La Vega vinieron siempre con la actitud de que se les estafaba (¡qué bolas!), se tiene para botar la bilis un rato.  ¡Si esas carreritas, hijos de sus madres, ni con BsF. 80 cuadran al bolsillo de la justicia, si vamos al caso!  Mejor dicho, nunca debieron ser tomados, de lo poco conveniente que resultaban.  No existen precios altos en el cobro del servicio taxístico; existen carreritas que no deberían hacerse y punto.  Que el conductor tenga buen tino es lo que hace falta.  Y el cliente que no quiera tener sentido común, que imagine que vive en un paraíso de lugar, ¡que se joda!  Los he oído exclamar en lugares peligrosísimos  "¡Aquí es sano; todos me conocen; nadie me hace nada; llevo 50 años!"  Y yo en la mente:  "¡A tí, huevón, que no debes valer un atraco; lo que soy yo, no vuelo porque manejo un carro!"

Pero vea mejor la "lluvia de los descuentos", como quieren llamarla los pasajeros.  Quizás no se deba ni trabajar ni tomar taxi en semejantes condiciones; pero si se hace, ¡coño, piénsese y aguántese!  (Video tomado por "La Flecha", un pana a quien le pedí grabara el aguacero), pleno centro de Caracas.  Lo que no se ve al fondo es el madre Ávila.

1 comentario:

Serrano Alexander dijo...

Hermano que buenos relatos tienes! Llevo casi 2 horas leyéndote! Lástima que no seguiste publicando...

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