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martes, 19 de febrero de 2008

Catira fea, pero tentadora

Ayer me tocó llevar a una catira con labios muy rojitos, con aspecto de neerd, lentes gruesos, pelo color rubio, delgada, fea. Asomó su cabeza por la ventanilla para negociar el precio, apenas unos Bs.F. 5 de rebaja, los cuales pedía del monto total, que eran unos 25. El trayecto a cubrir era desde la campiña hasta el Centro Médico de San Bernardino.

Insistió mucho por esos 5 bolívares fuertes, pero yo también me negué mucho, aunque debo reconocer que el trayecto era una nimiedad yendo por la Av. Boyacá, la cual nos conduciría exactamente al mencionado centro médico. Pero me hice el duro, incomodándome un poco por las preguntas capciosas de la cliente: ¿por qué el precio? ¿Seguro que es justo? ¿Sabe cuánto he pagado otras veces?

En fin, me dijo que iba a un dentista y necesitaba llegar a las 6:00 pm. Eran las 5:30. Le dije que no le aseguraba nada, y que ya llevábamos 3 minutos hablando del precio y se hacía tarde. Se montó y entonces empezó a hablar más que una cotorra. Tenía aspecto de profesora universitaria, pero de esas loquillas trastornadas porque no han tenido suerte con los hombres. Es decir, una solitaria.

Así me lo dijo, lamentando no haber hecho como sus hermanas, que se casaron con viejos feos y verdes y luego se buscaron un amante para que las complaciera. Me dijo que se quedó esperando el príncipe azul. Me dijo ser judía, apellido Weiss, creo, desempleada, profesional, hablante de cinco idiomas, apenas trabajando como traductora por unos escasos bolívares.

A medida que siguió hablando yo me estaba sintiendo no muy seguro de su situación desgraciada. ¡Me hablaba de viajes a Margarita, de Miami, de sus hermanas viajeras y su padre engañado por una esposa que tenía amantes en Orlando, España y Venezuela! ¡Vaya desastre con la fea! Me repetía que la habían atracado varias veces y que le temía al centro de la ciudad, porque fue el sitio de sus lamentaciones. Me dijo, en fin, y por eso no le creí mucho de que fuera una pobre criatura, que la última vez que se había animado a salir con un chico resultó ser un chulo que se ofreció pagar el costo del viaje mientras lo hacia con los alimentos, quedando al final con todas las tarjetas sobregiradas e insatisfecha sexualmente, lo que menos esperaba.

Naturalmente, para que me contara lo que me contó, yo tuve que hacer lo mismo. Le hablé de todo, de mi pareja, mis hijos, mis amantes, mis viajes, rápidamente... La pobre mujer se estaba sintiendo ya a gusto y yo por mi parte estaba empezando a revisarla bien, para ver si me emocionaba. Descubrí un buen cuerpo, delgado, donde se podía explotar algo, pero no me gustaban sus ojos, desmesuradamente claros tras aquellos cristales gruesos. Me dije que de noche, en medio de unas cervezas, eso perdía importancia. Me animaba con sus labios carnosos, muy rojos.

Pero en fin, pensé en mis complicaciones presentes con varias parejas y no me quise embarrar más. Confieso que ya me la imaginaba en acción y estuve a punto de invitarla a una salida; pero callé. Me decía que aquellos labios podían ser terribles dando placer. Sabía que era no difícil que aceptara, porque se mostraba de lo más emocionada. (Ya tengo cuarenta, no me equivoco) Pero callé. Es más, hasta temí que ella misma me lo dijera, es decir, que se inventara una de que la fuera a buscar de regreso, me pidiera el teléfono y... otra aventura para este taxista.

Pero cortamos por lo sano, al menos así lo creo. Aunque no estuve seguro hasta que se salió del vehículo, porque seguía hablando conmigo con la puerta abierta. La llamaron desde un piso de la clínica y todo se acabó. Seguí con mi trabajo. Me dije interiormente que a lo mejor estaba yo envejeciendo, porque tenía que hacerle honra al dicho que recomienda que de mosquito para arriba lo que eche sangre es cacería, y yo había dejado ir a esta mamífera. En fin, me excusé con mis propios problemas y continué con mi trabajo.

A propósito de esta tía, recuerdo hace unos años haber tenido una aventura con una catira de aspecto recio, rostro severo, lentes gruesos, no muy femenina en apariencia. Resultó que al quitarle las ropas aquello era una maravilla de cuerpo y belleza. Hay mujeres así por allí, que combaten su feminidad y belleza; lo que hay que hacer es acostarlas y quitarles las ropas. Son buenas amantes, tan buenas amantes como reprimidas.

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