¿Buscas un respuestos para tu auto?

¡Ve al final de la página!

martes, 6 de marzo de 2007

El retorno del Jedi


Llevo ya una semana en la ciudad del agua, Ciudad Guayana. Como bien supuse antes de venir, la cosa por aquí es caliente, y no precisamente por el clima.
Me he ido reicorporando a mi oficio de aventurero muy lentamente, trabajando dos horas en la mañana, un rato al mediodía y muy poco en la noche. Debo decir que tengo que reacostumbrarme, pues de Caracas a Guayana media una gran diferencia, y no me puedo lanzar a la calle a tragarme el sol de sopetón. Con calma, hay que aclimatarse.
Debo decir que a pesar de una especie de intoxicación etílica que sufrí en Puerto La Cruz, donde hice escala en casa de unos parientes durante el regreso, me bebí en días pasados unas cuantas birritas y agarré una buena honda. Como es de imaginar, mi mente empezó a volar hacia los cables pelados que había dejado aquí en la zona: Rita, Rosa, Catira... Comía en una pollera de la Av. Manuel Piar de San Félix, y ya me lanzaba en mi Cielo Daewo a hacia un teléfono para llamar una de las mencionadas criaturas anteriores. Me decía interiormente que no me portaría muy insistente, que si la cosa estaba algo dura, me iría a dormir la noche tranquilamente.
Es el caso que cuando estoy abordando mi unidad una especie de banderita empieza agitarse a través del parabrisas. Escudriño bien entre las luces incandescente de las bombillas nocturnas y descubro que la banderita es una manito blanca de una adolescente de menudo cuerpo que me pedía un servicio.
Me dije "Bueno, está chévere la chiquita, y algo alegre. Tal vez no necesite llamar a nadie para bioequilibra mi organismo"
En efecto, al acercarse a la ventanilla pude notar que se había animado con unas cervezas y amigo en la misma pollera. Me pidio que la llevara a Bella Vista y yo le respondí que no estaba trabajando, que a esa hora la podía llevar gratis. Sus dieciochos años me sonrieron ampliamente y sin vacilar alguno se montó. Bueno, entonces empezó mi trabajo. Ya venía yo de una reciente aventura con muchacha joven y ahora, ni corto ni perezoso, me quería procurar otra.
Eche el vistazo clínico: pequeñita (quizás alcanzaba mi hombro), buenas tetas, cinturita y las piernas quizás algo delgadas para mi gusto. Le pregunté cómo estaba, cómo pasaba el día, cómo estaban las cervecitas de la felicidad y tal y tal y tal. Le dije que ya había trabajado y que me disponía ahora a beberme unas cuantas, o quizás una..., una botella que tenía ahí en la maletera. Ella me dijo que había comido con un admirador y que iba para su casaa. Y yo reprendí que por qué lo hacía, que era criminal irse a dormir tan temprano cuando había una pobre personita como yo, solitaria y abatida. Ella sonreía y me miraba francamente, como para diagnosticarme. Supongo yo que tenía sus reparos: ¡Bueno, que se habrá creído el don! Yo tan joven, él tan viejo. O quizás algo así: ¿será seguro, será confiable? O quizás: no se mal, y yo estoy aburrida; ¿que tal si me animo?
El caso es que un rayo me dio claridad sobre lo que tenía que decir y cómo. La miré abiertamente y le dije:
-Vamos, criatura linda, anímate. Bebámonos unas cervecitas. Vayamos al paseo de Traki en Puerto Ordaz y nos paramos como lo hace tanta gente a esta hora. Total, no regresamos en unas dos horas [eran las ocho, más o menos]
Pero ojo, esto lo dije de modo inequívoco, mirándola fijamente, dándole a entender que nos íbamos divertir.
Se paralizó un poco, pero me habló con franqueza, recurriendo al viejo truco femenino de la indisposición.
-Tengo el periodo -dijo con gran tranquilidad, y yo me sorprendí más de la cuenta conmigo mismo, por hacerla responder en el terreno de mis deseos: la sexualidad abierta.
A me fui de sopetón, improvisando cualquier cosa, no queriendo dejar escapar la presa. Le dije en tono jocoso que no se preocupara, que para pasarla bien existían muchos caminos, y ella en el acto me sorprendió más incluso:
-¿Por detrás, te gusta por detrás? -mientras se reía.
-¡Pues, sí! -digo yo, ya bastante picado- Si todo se hace con mucha calma se la pasa unao bien.
Nada dijo durante el resto del trayecto hasta su casa. Pero antes de bajarse, me mandó:
-¡Esperame aquí, voy a cambiar mis sandalias!
¡Vaya que si esperaría! Bajé con gran cautela (la zona es peligrosa)y me fui hasta el maletero por la botella de Cacique que allí guardaba, más una cajetilla de cigarrillos. No tardó gran cosa.
Se montó, le ofrecí un trago y sólo probó un poco, pues me dijo que sentía algo mareada por las cervezas que se había bebido. Arranqué y durante el trayecto me puse locuaz, lo más jovial que podía, alzando la voz, haciéndola reir, bebiendo más y más, hasta contagiarla. Vaya, lo había logrado: aquella chiquita me pertenecía.
Se prendió de mi cuello y empezó a besarme. Yo le dije que con calma, que ya llegaríamos a un sitio y nos estacionaríamos un rato. Ella se había puesto de pronto muy alegre, y me abrazaba y me besaba, y yo me decía que el mundo es una locura, que permite que dos perfectos desconocidos, de pronto y sin barreras, se junten a reirse de toda la vida. ¡Extraordinario!
Durante el camino no me aguanté y me detuve cerca de una licorería para acariciarla y besarla a placer. Lo hice un buen rato, y luego bajé por unas chucherías.
Cuando llegamos a la urbanización Manoa, cerca de otra licorería que hay por allí, nos estacionamos y nos pasamos al asiento trasero con el cuento de hablar un rato, con la puerta abierta para no despertar sospechas entre los caminantes nocturnos. Allí le descubrí las tetas, y la besé a placer en el cuello, las axilas, los brazos, la espalda. Era una criatura pequeñina, bastante manejable, por consiguiente. Luego paraba, salía del auto y me iba un ratico a la licorería por unas cervezas, como técnica para guardar las apariencias.
Volvía. Esta vez toque más fondo, nalgas, piernas, entrepierna y en el momento descubrí que no me había mentido: estaba en sus días. Para entonces la galla estaba bastante desatada, y yo tenía que cuidarme de que no se me fuera a desnudar completamente. Me ofrecía de todo. Se le ocurrió acostarse boca a bajo, quizás pensando en aquellas palabras que habíamos cruzado sobre el trasero. Era evidente que su euforia la llevaba complacer y hacer locuras. Debo decir que me animé, pero ocurrió un imprevisto...
Busqué condones por todas partes, y nada. Cartera, guantera y un bolso de mano que llevo en la maletera. Nada. Cerré la puerta y le dije que no se moviera, mamita, que ya venía. Me fui a la licorería, llamé al empleado y le pregunté por preservativos. Nada. Se había jodido la vaina. En fin, me regresé sin nada lo más rápido que pude, no vaya a ser que se le enfriaran las nalgas a la criatura, de pelada que las tenía.
El cuadro que encontré fue triste: la bebé dormía. Boté la piedra. No fue posible despertarla. Dormía, dormía con furia. Dormía y dormía dentro de mi carro, no sabiendo yo qué hacer, dónde dejarla, pues de pronto se me había pasado el efecto de los tragos y no anhelaba más que deshacerme de ella. Me dije que yo era un hijo de puta-problema. ¿Cómo me podía ocurrir tantas loqueras?
Resolví optar por una solución no muy ética, pero solución al fin. Me dije que la chavala estaba ebria, y que los ebrios solían quedarse dormidos en las plazas. Me dije eso una y otra vez y como una flecha me subí a Puerto Ordaz y la baje rapidamente en un banco de la plaza El Hierro. Fin de la historia.

2 comentarios:

La Maga dijo...

que bolas tienes!!!! dios!!!!!!!!! no puedo con hombres como tú!!! dios!!!!!!!! aunque a decir verdad la tipita también era de lo peor... osea por lo visto te gustan las monas no?

saludos y disculpa es sin animos de ofender okey?

Anónimo dijo...

No te culpo, en ese tipo de ocasiones hay que buscar soluciones rápidas, así que no había más opción. Al despertar la chama pensaría que todo fue un sueño jajaja.

.

Artículos más recientes

Vehículos: Repuestos y partes online

.